24. Comenta el
gráfico con el índice de producción industrial entre 1850-1975 (página 201).
El gráfico lineal
muestra la evolución del índice de producción industrial en España
entre 1850 y 1975,
tomando como base 100 el año 1900.
En el período 1855-1975 se adoptaron las innovaciones técnicas de la primera Revolución Industrial (máquina
de vapor movida por carbón mineral) y de la segunda (motores de explosión y
eléctricos movidos por hidrocarburos y energía eléctrica).
El
sistema de producción (1855-1975) fue diverso: las pequeñas fábricas
mantuvieron sistemas tradicionales, las grandes adoptaron desde el primer
tercio del siglo XX el sistema fordista.
Este integraba las distintas etapas de
la fabricación de un producto en una cadena de producción en la que cada
trabajador estaba especializado en una sola tarea. Este sistema permitía economías de
escala[1].
Entre
las dos fechas señaladas el índice
de producción en España se ha
multiplicado por más de 172. Sin embargo, este crecimiento no ha sido
uniforme a lo largo del tiempo, por lo que cabe diferenciar una serie de etapas.
Hasta 1900
el índice de producción
industrial fue bajo,
debido al retraso con el que se inició la industrialización española respecto a
otros países del entorno. La incorporación a la primera Revolución Industrial se vio limitada
por la mala dotación en materias primas y productos energéticos básicos y la
exportación de minerales motivada por el arrendamiento de las mejores minas a
compañías extranjeras; el escaso espíritu de empresa; la insuficiencia de
capital para la creación de industrias; el atraso tecnológico; la limitada
demanda interna de productos industriales; una situación exterior desfavorable
(guerras y desastre colonial); y una política industrial inadecuada, basada en
el proteccionismo, que desincentivó
la modernización tecnológica.
Entre
1900 y 1930
el índice de producción
industrial creció, debido
al auge de la minería del carbón; la recuperación de minas de manos
extranjeras; el aumento de la inversión nacional (repatriación de capitales
desde las colonias e inversión de los beneficios obtenidos durante la primera
guerra mundial); la incorporación de los avances técnicos de la segunda
revolución industrial; el impulso de las obras públicas durante la Dictadura de Primo de Rivera, y la
eliminación de la competencia exterior gracias al proteccionismo.
El
índice de producción industrial decreció entre 1930-1940 debido a la destrucción
de industrias durante la Guerra Civil (1936-1939).
Debido
al establecimiento de la política
autárquica, que al pretender utilizar los propios recursos y restringir las
importaciones, privó a la industria de los necesarios productos energéticos,
materias primas, maquinaria y capitales,
entre 1940
y 1950 la recuperación de la producción fue lenta y no llegó a
alcanzar el nivel anterior a la Guerra.
La
situación mejoró entre 1950-1960 debido a la suavización de la política autárquica en 1953,
que permitió un aumento de las importaciones.
Los
objetivos de la política industrial de la época franquista (que llevó a
cabo incentivos a la industrialización) eran corregir los desequilibrios territoriales en la distribución de la industria. Las actuaciones llevadas a cabo con
este fin, recogidas en los Planes de Desarrollo (1964-1975), se orientaron a la
promoción industrial en las zonas atrasadas y a la descongestión de las grandes
aglomeraciones urbano-industriales.
Un
crecimiento espectacular del índice de producción industrial tuvo lugar entre 1960 y 1975.
Las causas fueron el abandono
definitivo de la autarquía con el Plan de
Estabilización de 1959, que liberalizó las importaciones y
permitió el abastecimiento de los recursos necesarios; el aumento de la
inversión en la industria, pues la situación expansiva de la economía
capitalista mundial atrajo a empresas multinacionales, que se beneficiaron de
la existencia en España de una demanda en alza, bajos costes de producción,
mano de obra abundante, barata y no conflictiva y concesiones estatales. Se
invirtieron en la industria capitales procedentes del turismo, de las remesas
enviadas por los emigrantes, y de inversores privados; el bajo precio de la
energía repercutía favorablemente en los costes de producción, y el Estado fomentó la industria a través de
los planes de desarrollo.
Se emprendieron
diversas acciones para la promoción industrial.
Los polos de promoción y desarrollo. Se trataba de seleccionar ciertas áreas urbanas en regiones atrasadas y crear en
ellas las condiciones para que se desencadenase un proceso de concentración
industrial similar al que de una manera espontánea se había dado en las
regiones más desarrolladas; estas
industrias atraerían a otras y actuarían como motores del desarrollo del
entorno. Las industrias que se instalasen en ellos debían ajustarse al tipo de
actividad que se quería atraer y recibirían diversos incentivos (subvención a la inversión inicial, créditos oficiales) y
ventajas
fiscales[2]
(desgravaciones fiscales), suelo industrial relativamente barato, buenas
infraestructuras y ayudas para la formación profesional).
Los polos de
desarrollo industrial se ubicaron en (A Coruña, Vigo, Sevilla, Valladolid, Zaragoza
Granada, Córdoba, Oviedo, Logroño,
ciudades que ya contaban con cierta base industrial; y los polos de promoción en áreas más deprimidas,
que exigían mayores inversiones (Burgos y Huelva).
La
diferencia entre ambos tipos de polos
residía en el tope máximo de subvenciones
(10%
en los de desarrollo y 20% en los de promoción).
Sobre
sus resultados puede decirse que, en
algunos casos se alcanzó un éxito relativo (Valladolid, Vigo, Sevilla, A Coruña),
pero apenas se obtuvieron logros en las áreas más deprimidas que no contaban
con un clima industrial previo. Esta política acrecentó las desigualdades
intrarregionales en las áreas más desfavorecidas, al concentrar demasiado la
actividad industrial en determinas zonas.
Fuente: Mª Concepción Muñoz-Delgado.
Geografía Bachillerato 2. Anaya,
Madrid.